Época: Al-Andalus omeya
Inicio: Año 711
Fin: Año 1031

Antecedente:
La crisis de mediados del siglo VIII



Comentario

A pesar de las reformas emprendidas por Abu I-Jattar al-Kalbi, las oposiciones tribales volvieron a encenderse al cabo de algunos meses. La parcialidad, efectiva o supuesta, del gobernador en favor de los suyos y su hostilidad hacia los qaysíes provocaron una sublevación cuyos jefes más destacados eran qaysíes. Sin embargo, esta parcialidad llegó a aliar algunas tribus yemeníes como los Lajm, provocando una compleja situación entre las tribus por consideraciones referentes a su origen (hostilidad entre los árabes sirios y los baladíes o árabes establecidos desde la conquista en al-Andalus). En las confusas luchas que siguieron destaca la personalidad de al-Sumayl, un beduino sirio que se impuso como el primer jefe qaysí y logró situar en el gobierno a Yusuf al-Fihri, un personaje de avanzada edad y respetado -emparentado con el jefe fihrí de Qairawan- en torno a quien se reconstituyó una unanimidad aparente. Como el de su primo de Qairawan, su poder se mantuvo durante una decena de años, desde el año 745 hasta la llegada del omeya Abd al-Rahman b. Muawiya en el 755-756. Tanto en al-Andalus como en Ifriqiya y durante el mismo período, se constituyó, bajo el liderazgo de estos dos prestigiosos fihríes -ambos descendientes del gran conquistador de al-Magreb Uqba b. Nafi- un esbozo de emiratos autónomos que no tuvieron, según parece, paralelos en Oriente.
No se puede decir demasiado sobre estos dos poderes efectivamente independientes -primero frente al califato de Damasco, luego el califato abasí- que anticipaban de alguna forma la evolución ulterior en Occidente hacia la constitución de Estados separados del califato oriental. Las pocas revueltas a las que tuvo que hacer frente Yusuf son peor conocidas que las precedentes. Los textos árabes que se refieren a esta época, principalmente los Ajbar Machmua, transmiten principalmente, en lo que a los acontecimientos de estos años se refiere, consideraciones de orden tribal. Es cierto que hay que utilizar estas fuentes con precaución. Probablemente no apoyan la hipótesis de una oposición mecánica entre qaysíes y yemeníes, y las situaciones concretas son, en la mayoría de las ocasiones, más complejas. Sin embargo, la idea según la cual estos conflictos tribales deben interpretarse en término de partidos, que representan orientaciones político-sociales diferentes -los yemeníes se consideran más abiertos a un tratamiento favorable a los neo-musulmanes no-árabes- no se basa en pruebas mucho más sólidas. Es verdad que se constata que las revueltas yemeníes asociaban en general a beréberes con árabes. Pero no poseemos ningún elemento para ir más lejos. La impresión que dan los textos es de un entorno árabe todavía fuertemente tribalizado, cosa que no sorprende en la medida en que las implantaciones militares se habían realizado sobre la base de contingentes tribales existentes y que esta estructura del ejército se conservó hasta la época califal. Pero la existencia de estos antagonismos tribales iba a favorecer enormemente el acceso al poder del primer omeya de Córdoba.